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Бурштина Терещенко (1988)

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Juan Faixal

Pánico y Chow-Fan en Manchester

El aire se corta con cuchillo, cada cucharada al arroz es puro nervio, es preguntarse si solo por ser paranoico uno se salva de la bala, es intentar entender lo que se murmura y fracasar categóricamente. Todo esto es un cliché, es Tarantino en pantalla gigante, ventilador de techo apagado, pero podría estar moviéndose lentamente, plano desde arriba, traigan pochoclo, no desentonaría.

El precio no estaba mal, cuatro libras noventa con una bebida incluida, un oasis culinario si se tiene en cuenta que hace días que lo único que se come son sándwiches de supermercado y papas fritas, las putas papas fritas que le ponen a absolutamente todo lo que sea comestible en esta isla. Eran las tres menos cinco y quien se iba a imaginar que a esa hora el cliente ya no tiene la razón.

Y así estamos, comiendo en silencio, mirándonos a los ojos entre nosotros. Ellos nos rodean, lucen modernos, tienen buenos peinados, de esos que toman tiempo, también tienen pantalones negros y camisa blanca. Nos miran, y comentan en un idioma que no entendemos, claro, eso ayuda a la sensación persecutoria, el sueño y el cansancio también, pero hay algo absolutista y marcial en ese tono que intimida. No nos contestan bien cuando preguntamos algo, no quieren que hablemos, tampoco pueden traer servilletas.

Se siente una llave y una cerradura girando, mis ojos confirman a mis oídos, están cerrando la puerta. Pienso en la vida que tuve, hago un veloz repaso de instantes, los buenos, los malos, los feos y el resto. No estuvo tan mal, se quedó un poco corta, no hay duda de eso, pero definitivamente fue entretenida. Hago un repaso por la mesa y observo que todos están en lo mismo, espero que también llegando a conclusiones felices, no hay nada peor que tener que irse antes de tiempo, y encima de capa caída.

Apuro la cucharada, ella insiste en hacerse eterna. Solo quiero terminar mi plato y salir, evito el contacto visual, solo ayuda a enojarlos, no es algo que podamos costear en este momento. Queda un poco de arroz en el plato, que es lo que lo acompaña ya no sabría decirles. Me acuerdo del arroz porque en la mesa hay un terrible desparramo, no es tan fácil de comer si se esta en situaciones como esta. El plato esta más o menos vacío, llegó la hora.

Se vive un momento de empatía en la mesa, todos sabemos que puede ser de los últimos, miro a mis amigos y asienten, hay que pedir la cuenta. Respiro profundo, pongo la mente en blanco y levanto la mano. No tengo últimas palabras, solo distintas teorías acerca de como termina.

Diecinueve con sesenta me dicen, pago con veinte y me dan cambio. Nos abren la puerta, somos libres.

Nos alejamos rápidamente, aliviados de estar vivos, humillados por todo lo otro.
21 de septiembre de 2011
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